laberinto

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Barcelona

martes, 23 de febrero de 2010

otredad



Me arranco la otredad

y comienzo por los ojos.


Desgarro las cejas una a una.

Dejaron de enmarcar mis alegres expresiones,

cernir las entradas a mi espíritu,

y salvaguardar las salidas.


Claudicaron.


Rasgo una a una mis pestañas traicioneras,

porque en su multitud abandonaron mis ilusas miradas.


Y mis ojos que veían sin ver, se ahogaron en sal.


Largas noches en vela sin protección.

Cortos días dormida sin los alfiles de mi alma.

Cada arrancada me aprieta; inhalo no exhalo.

Si dejo escapar el aire quizás, no regrese.


Continúo.


Descuartizo mi nariz.

Despellejo la dermis buscando aromas conocidos y

perfumes que transformen recuerdos en vida.

No los hay.


La otredad imposibilita revivir lo no vivido.

Todo es irreal ¡maldita otredad!


Falta por hacer y corto mi boca.

El sabor a sangre me renueva,

lo merece.

No calló .

El ruido fue escalonado hasta ensordecer.


Y mis oídos dejaron de funcionar.


Así, llegó el sonido del silencio.

Ese incesante chillido que rechina cuando no se habla.

La continua onda que tintinea cuando no se canta,

cuando nadie conversa.

Que molesta y no alienta.

Por eso -mis oídos- los removí.


Me arranco la otredad

con voluntad.

Esa, me expatrió y esclavizó.

Me drenó hasta el cansancio.


Hasta que la ví.


Me ví.

La misma,

la esa,

la ella,

la yo,

yo misma,

mi misma,

mismidad.


1 comentario:

edmaris dijo...

Aunque la imagen es de Dalí no dejé de ver a Frida verso tras verso…